martes, 2 de diciembre de 2014

Capítulo IV: Lo inconfundible de las extraordinarias


Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con humanas extraordinarias y mujeres inconfundibles entre las cinematográficas butacas del cine y el estrellado cielo de Madrid.

El teatro de los sueños sólo comienza a imaginarse cuando ella enciende el tungsteno y enfoca al protagonista. Pero, no necesita de los inventos de Edison, ya que sabe iluminar con su sola presencia. El caso más empático con esta afirmación se enciende con la alumbrante de historias. En su día a día, mide las distancias en pedaladas a 24 fotogramas por segundo, a pesar de que la lluvia le cale hasta los huesos o que las tormentas apaguen la luz del proyector en mitad de la sesión. En lo alto de su atalaya, el vapor del mate se condensa sobre la bombilla, mientras Méliès le susurra el momento exacto para hacer soñar a los espectadores. 

A través del encuadre de sus gafas observa la vida y la inmortaliza con el azulado cristal de su objetivo. Así, su memoria fotográfica es un álbum de recuerdos sobre los detalles que construyen la cotidianidad y que permanecen escondidos  para el común de los mortales. Al final del día, cuando llega a casa, se convierte en protagonista de su propia historia en versión original con un caluroso acento de allende los mares.

Y así un hombre cualquiera aprovecha su potencial facultad para buscar la luz que caracterizan a lo inconfundible de las extraordinarias.




1 comentario:

  1. La alumbrante de historias2 de diciembre de 2014, 21:36

    =.....)
    Ay, no sé qué decir; estoy conmocionada.
    Gracias, tesoro.

    ResponderEliminar